La inteligencia o desconexión emocional
- Sahel Ruiz

- 7 jul
- 5 Min. de lectura

La dificultad detrás de la regulación y la construcción de vínculos saludables.
Desde hace un tiempo he estado reflexionando sobre este tema y cómo se aborda en varios espacios, como lo interpreta cada persona en su contexto y como ha sido su experiencia real en la ejecución, si les ha funcionado o no.
🔹 ¿Realmente se enseña a gestionar la inteligencia emocional o solo se maquillan los conflictos?
🔹 ¿Es la inteligencia emocional una solución real o un cumplimiento normativo obligatorio, para decir, si se hizo el taller?
🔹 ¿Puede un taller de dos horas enseñar lo que una vida emocional requiere procesar?
🔹 ¿Qué condiciones contextuales limitan realmente el verdadero aprendizaje de la inteligencia emocional en el hogar, en las organizaciones educativas y las empresas?
🔹 ¿Qué diferencia hay en quien desarrolla inteligencia emocional de quien no?
Habría que seguir preguntándose si, ¿es suficiente la intención de enseñar sobre este tema en cualquier espacio, sin antes, conocer un poco sobre la población y sus dificultades contextuales?, ¿Podría ser un indicador más que cumplir en una normativa organizacional y pretender construir puentes sanos entre las áreas y sus procesos, sin seguimientos reales al indicador?, ¿Tienen la información suficiente y la voluntad de reconocer en los hogares, la necesidad real para aprender y enseñar a cómo gestionar las emociones en el núcleo y dinámica familiar?
Y si, este es un tema que trasciende varios escenarios, donde cada uno debe tomar parte y abordarlo conscientemente, porque hablar de enseñar a desarrollar inteligencia emocional, implica trabajar en la concientización del presente y el reconocimiento propio de lo que nos mueve a nivel emocional.
"¿Porque siento temor, miedo, ira, tristeza, asco, enojo, frustración, euforia, alegría, felicidad, ansiedad, nostalgia?, que momento o situación detona esta emoción en mí. ¿Comprendo realmente la función de la emoción y de mi reacción en mi entorno?, ¿Reconozco los síntomas que experimenta mi cuerpo cuando siento una emoción?". Puede que sí, cómo puede que no, cada emoción se activa de forma automática en distintas áreas del cerebro que ayudan a interpretarla y responder a ella; a nivel fisiológico, por ejemplo: el corazón puede latir más rápido, los músculos se tensan, la respiración se agita, o incluso se siente un nudo en el estómago, esto entre otros síntomas. Además, el cuerpo libera ciertas sustancias químicas como la adrenalina o el cortisol que intensifican lo que sentimos.
Ahora, si estoy desconectado de mi presente y lo que ocurre en mí, a todo esto, generalmente, ¿cómo le llamamos? “Vivir en piloto automático”, “tengo mucha ansiedad”, “esto debe ser estrés”, “me siento muy cargado”, “siento que no estoy haciendo nada, aunque no paro de moverme”, entre otra cantidad de motivos, sin dar en el epicentro de lo que realmente nos ocurre. En términos clínicos, podríamos estar hablando de fenómenos como la desregulación emocional, que implica dificultad para identificar, modular o expresar lo que sentimos. En términos castizos: “es ese momento en que todo me afecta, pero no sé si tengo rabia, tristeza o simplemente estoy agotado”. También podemos referirnos a la evitación experiencial, un proceso donde sin darnos cuenta, evitamos sentir lo que nos duele o incomoda, manteniéndonos ocupados o distraídos. En palabras más cercanas: “uno se llena de cosas por hacer para no pensar, para no sentir, para no parar”. A esto se suma el funcionamiento automático, donde el cuerpo actúa por inercia, pero la mente y el afecto están desconectados. Es eso que muchos describen como “hacer mucho, pero sentir poco” o “estar, pero no estar”. Mi intención no es que se aprendan estos términos para un examen, pero si empezar a ponerle nombre con claridad a lo que emocionalmente nos desborda, para poder actuar con mayor consciencia y cuidado.
Mucho de esto pasa mientras trabajamos, estudiamos, mientras vamos conduciendo, o vamos en el transporte “echando madres”, viendo redes sociales, tratando de evitar o encontrar un buen video con algún mensaje motivador, etc. Siempre son más las acciones de “evitación”, “culpar al otro”, “responsabilizar el otro” y pare de contar de lo que ponemos en el tercero o la situación en sí. A que realmente nos dediquemos un espacio para tratar de entender y aprender a cómo gestionar esas emociones que nos bloquea y nos hace actuar de maneras erradas o disfuncionales.
Puede ocurrir que en los diferentes escenarios donde participamos, tomen parte para activar algunos mecanismos didácticos, desarrollar y fomentar programas o hasta escribir un libro de cómo lidiar con personas difíciles, en función de tener ambientes sanos, pero también es responsabilidad de la persona de tomar acciones propias y de tener una relación sana consigo. Porque entonces, ¿cómo me relaciono en mi entorno?, ¿cómo manifiesto lo que siento de una forma asertiva y respetuosa, sin dañar o perjudicar el vínculo que tengo con las demás personas?
Buscando un poco de información que hablará en datos sobre este tema, me encontré con esto: Un análisis realizado por Aida Galeano recientemente (2025) sobre intervenciones en Inteligencia Emocional entre 2014 y 2024 en Latinoamérica mostró una correlación moderada a alta con mejoras en clima organizacional, cohesión de equipos y rendimiento, especialmente en liderazgo. En Brasil las autoras Silva, Oliveira y Mendes en el año 2022 documentaron que programas de Inteligencia Emocional, que incluían mindfulness y respiración consciente lograron reducciones de burnout entre el 22 % y el 35 %. Asimismo, investigaciones en Ecuador y Colombia establecieron que algunas empresas y cooperativas que integraron programas de Inteligencia Emocional observaron mejoras de entre el 30 % y 40 % en clima organizacional, comunicación y compromiso del personal. Estos datos robustecen la idea de que no basta con talleres breves, sino programas estratégicos, profesionalmente diseñados, ajustados al contexto cultural, con indicadores coherentes con el ejercicio, consiguen beneficios reales y sostenibles.
Aquí es cuando realmente se puede evidenciar que aprender a gestionar las emociones y tener una conexión real con nuestro presente y nuestro ser, puede hacernos más efectivos, empáticos, asertivos, productivos, mejorando la calidad de la comunicación y nuestra relación con las demás personas. Ya lo había planteado Salovey y Mayer como, “La habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las emociones propias y de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual”. Y luego Daniel Goleman redefinió como el desarrollo de cinco competencias básicas: autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales. Por lo que, es un proceso de autoconocimiento continuó, evolutivo y guiado, no es algo que viste en un video de redes sociales, sin orientación o sin sesgos, puede sumar sí, las explicaciones y conceptualizaciones pueden ser útiles, pero sin trabajar en ti y ponerlo en práctica es complejo, el ejercicio se "debería" convertir en un hábito diario. Hasta que logres estrategias y mecanismos eficaces de comunicación y gestión que te funcionen a ti.
Seguimos teniendo un llamado que invita al desarrollo y comprensión de competencias y habilidades de autoconocimiento emocional en todos los ámbitos. El principal enfoque, es ver que las emociones no son un problema ni un enemigo del pensamiento lógico, sino todo lo contrario, lo complementan y lo orientan. Sentir no es un error, ni algo que debamos eliminar; más bien, las emociones nos entregan información valiosa sobre lo que necesitamos, lo que nos importa y cómo actuar en diferentes situaciones. Lejos de ser un "defecto", las emociones cumplen una función clave para adaptarnos y tomar decisiones acertadas en nuestra vida cotidiana.
Y por mucho que se elaboren programas didácticos y se fomenten políticas públicas, la invitación es que tomen acción por sus medios en aprender a regular y gestionar mejor las emociones, primero por su salud mental y tener una conexión plena y sana contigo, y luego por tener interacciones y relaciones personales más maduras y respetuosas con el entorno. Al final, no se trata solo de sentir menos o controlar más, sino de sentir con conciencia, actuar con responsabilidad emocional y construir relaciones que sumen, no que desgasten.
Si llegaron hasta aquí, mil gracias por tomarse el tiempo de lectura. !Feliz Día!
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